Escribir es servidumbre y gozo (Mario Vargas Llosa)

La ruptura sentimental

Esta tarde he participado del taller "A través del amor", preparado y dirigido por los autores de "La ruptura sentimental"
En el amor, a veces resulta difícil expresar con palabras sentimientos y pensamientos que han tardado años en esconder sus raíces en lo más profundo. Por eso, han propuesto el siguiente ejercicio: de forma espontánea, representar nuestra idea del amor con plastilina. Después, tomar conciencia de tres etapas -enamoramiento, complicidad y desencanto- visualizando escenas cotidianas. Por último deshacer la figura de plastilina y crear una nueva que, de nuevo, represente el amor.
Jamás lo hubiese creido, pero el resultado es revelador. A continuación, comparto mis pensamientos después del taller.

Tus besos duelen. Cuando callan mis gritos, mi voz y mi locura. Cuando digo palabras de amor y no las mías.
Tus abrazos duelen. Cuando me sostienes y me das calor y olvido que quiero correr y que soy pájaro.
Tu mirada duele. Cuando me serenas y pienso que soy feliz, ¡y me siento feliz! Hasta que quiero arrancarme esta piel que es tuya y no tengo fuerzas para hacerlo.

Prisas

Mil puntos suspensivos
resbalan calle abajo.

Me acerco, respiran.
Son muertos con latidos.

Un día olvidaron
que tenían que vivir.

Ya no lo saben
y el tiempo en sus
relojes
avanza como apisonadora.

No te salves, de Mario Benedetti, interpretado por Miguel Angel Sola

-¿Qué haces ahí contando?
Juego al escondite
-¿Con quién?
Con todos. Bajó la cabeza, se tapó los ojos y continuó "diez millones, ciento veintidos mil treinta y cuatro; diez millones, ciento veintidos mil treinta y cinco, ciento veintidos mil..."
Ana miró a su alrededor. Hasta entonces no había reparado en las cientos de personas que contaban agachadas. El ruido se hizo ensordecedor.

    El desconcierto fue tremendo cuando  se volvió y, a sus espaldas, vio una chica idéntica a ella. Recogida sobre sí, recitaba "veinte millones, mil uno; veinte millones, mil dos,..."

-¿Quién eres?
Soy tú. La expontánea, la que rie a carcajadas, la que se atreve con ideas nuevas y a sentir experiencias sin remordimientos.
-¿Qué haces?
Esperar a que los demás puedan verme.

     Sabía que había escuchado esa voz antes, como un eco. Sintió deseos de llorar, pero una señora pasaba por su lado. Ana consiguió, como siempre, contener las lágrimas.

La receta

Doctor, vengo porque me duele el corazón.
-A ver, respire hondo.
No puedo, tengo un nudo en la garganta.
-De acuerdo. Vaya a casa, escriba en su blog una vez al día y, si le sigue doliendo, vuelva dentro de un mes.

Tic, tac

La sintió como una tonelada de cemento sobre su cabeza. Sabía que, como cada día, llegaría impasible.
Tic, tac, la una. Y ella sola.

Los ojos también encogen

     Cada viernes voy al hospital de día. Aquel lugar no llega a ser triste. Es, más bien, una bocanada de realidad demasiado cruda para digerir. Se trata de una sala alargada. Vista desde la entrada, parece el teclado de un piano: por cada cama, una sillita negra para el acompañante. Se completa la composición con la música de las bombas que dispensan los medicamentos: al atascarse, al finalizar y al mover la mano.

Yo, por fortuna, permanezco en una de las sillas. Cuando las palabras se convierten en derroche innecesario, acabamos por convertirnos en objetivos de cámaras de foto. Observando a los demás acompañantes, encuentro multitud de ojos: de mirada perdida, conteniendo lágrimas, cansados, desesperados, nerviosos y, una gran mayoría, que no sabría catalogar.

Sin embargo, entre los que cuentan el tiempo por la cadencia de las gotas al caer en su difusor, me parece bien distinto. Diría que la coraza que cada paciente suele lucir con aplomo al llegar, al leer el cartel de "sólo un acompañante por enfermo", los abandona y baja a tomar algo a la cafetería. Durante esas horas tumbados en las camas, desnudos de sí, viven un eclipse. Es entonces cuando los veo hacerse tan pequeños que hasta sus ojos encogen. Y todos están descalzos.

No conviene mostrar la verdad desnuda, sino en camisa.

Pasear por la obra de Francisco de Quevedo, supone adentrarse en un almacén de sorpresas. Más aún por lo singular del curso de su vida.
Hijo del secretario y la asistente de cámara de la reina, cursó estudios en el colegio de los Jesuitas y se licenció en Artes y Filosofía. Conoció a personajes como Pablo Rubens, Miguel de Cervantes o Luis de Góngora. Con este último, protagonizó algún desencuentro, que se refleja en su obra:

Yo te untaré mis versos con tocino,porque no me los muerdas Gongorilla,perro de los ingenios de Castilla,docto en pullas, cual mozo de camino.Apenas hombre, sacerdote indino,que aprendiste sin Christus la cartilla,hecho carnero en Córdoba y Sevilla y bufón en la corte a lo divino.¿Por qué censuras tu la lengua griega, siendo solo rabí de la judía, cosa que tu nariz aun no lo niega?No escribas versos más, por vida mía;que aun aquesto de escribas se te pega,pues tienes de sayón la rebeldía.


Invito a conocer más sobre el legado de una pluma que definiría como magistral, ligera y desafiante. Cierro con tres de sus citas célebres:

"No conviene mostrar la verdad desnuda, sino en camisa"
"No es sabio el que sabe donde está el tesoro, sino el que trabaja y lo saca"
"Si quieres que te sigan las mujeres, ponte delante"

(Fuente: http://www.franciscodequevedo.org)