Escribir es servidumbre y gozo (Mario Vargas Llosa)

Los ojos también encogen

     Cada viernes voy al hospital de día. Aquel lugar no llega a ser triste. Es, más bien, una bocanada de realidad demasiado cruda para digerir. Se trata de una sala alargada. Vista desde la entrada, parece el teclado de un piano: por cada cama, una sillita negra para el acompañante. Se completa la composición con la música de las bombas que dispensan los medicamentos: al atascarse, al finalizar y al mover la mano.

Yo, por fortuna, permanezco en una de las sillas. Cuando las palabras se convierten en derroche innecesario, acabamos por convertirnos en objetivos de cámaras de foto. Observando a los demás acompañantes, encuentro multitud de ojos: de mirada perdida, conteniendo lágrimas, cansados, desesperados, nerviosos y, una gran mayoría, que no sabría catalogar.

Sin embargo, entre los que cuentan el tiempo por la cadencia de las gotas al caer en su difusor, me parece bien distinto. Diría que la coraza que cada paciente suele lucir con aplomo al llegar, al leer el cartel de "sólo un acompañante por enfermo", los abandona y baja a tomar algo a la cafetería. Durante esas horas tumbados en las camas, desnudos de sí, viven un eclipse. Es entonces cuando los veo hacerse tan pequeños que hasta sus ojos encogen. Y todos están descalzos.

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